CUANDO JANO DEJÓ DE SER UN DIOS
(Acerca del libro Como deixei de ser
Deus, de Pedro Maciel)
Antonio Maura*
Existen libros que permiten una doble lectura ya sea por su mensaje
o por su carácter específico de recipiente de ideas.
Es decir: son piezas literarias y metaliterarias a la vez. Pueden
ser comentadas tanto por su contenido como por su continente, ya
que su estructura es, en sí misma, una reflexión sobre
el significado y el sentido de la literatura. Estas obras jánicas,
de doble rostro, como espejos enfrentados, permiten múltiples
lecturas, sugieren imágenes que se suceden unas a otras en
los espacios mentales de sus lectores. Son libros, como decía
Clarice Lispector de los espejos, para irse con ellos a meditar
en el desierto. Sirvan estas palabras como una primera aproximación
al libro Como deixei de ser Deus, de Pedro Maciel (Topbooks),
que he recibido recientemente. La primera sorpresa está en
su misma portada: sobre un fondo tomado de la instalación
de Cildo Meireles, Desvio para o vermelho, se lee su título
y bajo él la clasificación de romance. Al abrirlo
esperamos encontrar una narración y no un conjunto de aforismos
que, como señala Antonio Cicero en el posfacio, son en realidad
fragmentos. Fragmentos que parecen aforismos y que es lo que queda
al desmembrarse un texto literario.
Sin embargo, en ningún caso encontramos
a los personajes ni a sus voces. ¿Dónde está
entonces la novela, el romance? ¿Se ha equivocado
el editor, el autor? ¿Nos han engañado? Ni lo uno
ni lo otro: no hay error ni truco. Es una novela en verdad, sólo
que sus personajes como sus acciones y palabras se han disuelto
entre los cascotes de ese edificio que era el libro, la novela clásica.
En principio, encontramos un texto dividido en una lista numerada
de frases que van del uno – que no existe – al 2046
como la capitulación de una narración extensísima
que sólo podría encontrar parangón en el Tiempo
perdido proustiano, en Guerra y paz o en el Hombre sin
atributos, por citar tres novelas clásicas de nuestra tradición
occidental, o Viaje al Oeste, Sueño en el Pabellón
Rojo y La historia de Genji si hablamos de la tradición
oriental. Novelas que superan las mil páginas y que, como
grandes murales literarios, reflejan toda una época, la historia
de una familia o la saga de unos dioses.
Quizás esa fuera la pretensión
del Dios al que alude Pedro Maciel en el título del libro:
un dios creador capaz de relatar un tiempo o una cultura. Sin embargo,
Como deixei de ser Deus – no se me entienda mal –
es el retrato de una ruina, es un edificio literario alcanzado por
un seísmo, un mural desconchado donde los héroes y
sus voces se han disuelto en la humedad y el olvido. ¿Qué
ha sucedido en esos 2046 capítulos? No lo sabremos jamás.
Faltan muchos datos: han desaparecido capítulos y los que
quedan, aunque ordenados, no permiten una lectura coherente. En
el prólogo, tras un paréntesis y unos puntos suspensivos,
que nos hacen sospechar que se trata de la prolongación de
un texto anterior, el autor dice: “algumas civilizações
foram extintas num piscar de olhos”. Luego, en letra cursiva,
comenta: “Nós, civilizações, sabemos
agora que somos mortais”. Y, ya de una forma rotunda,
en negrita, asegura: “O mundo encontra-se em permanente
movimento; as condições climáticas estão
se deteriorando rapidamente”. Y en este momento, superando
la sorpresa, empezamos a entender: la civilización a la que
se refiere el autor del libro debe ser la nuestra y el objeto que
tenemos en las manos es lo poco que nos ha quedado de nuestro mundo.
“Sabemos que somos mortales”, nos
dice la cursiva y, como un graffiti que ha quedado impreso
en una pared de esa ciudad fantasma que es el libro, leemos: “El
mundo está en movimiento y se está deteriorando rápidamente”.
Ahora nos damos cuenta de que cada una de estas formas tipográficas
es una voz impresa. El libro reproduce distintas opiniones que han
sido petrificadas, emparedadas en los muros de ese edificio que
se ha desmoronado y del que sólo quedan las ruinas. Luego
es verdad: se trata de una novela con personajes, sólo que
los hechos han ocurrido en otro tiempo, cuando se escribían
libros y se leían novelas. Eso ya no parece ser posible.
Nuestro tiempo ha destruido a aquellos lectores y esas obras han
quedado obsoletas, forman parte ya de un pasado remoto.
Y, finalmente, cuando hemos traspuesto el umbral
y avanzamos por el libro, por sus cadenciosas y fragmentarias frases,
por los restos de ese diálogo a tres voces, empezamos a degustar
sus ideas, a intentar rellenar sus vacíos, a reflexionar
sobre el significado de éste como de todos los demás
libros. Tras una introducción entiendo que programática
o poética, poético-programática –“o
rumor do universo na passagem de uma nuvem”, “a memoria
sempre inventa esquecimentos” –, las tres voces
tipográficas – redonda, cursiva y negrita – comienzan
a desgranar la vieja sabiduría de los clásicos. Ese
coro a tres voces canta al Dios de Tales de Mileto y al de Alcmeón,
al de Pitágoras y al de Parménides, al de Empédocles
y al de Platón y así sucesivamente hasta Marco Aurelio
que, como había dejado escrito Marguerite Yourcenar, vivió
un momento histórico en el que no había dioses y sólo
existía el hombre.
Pedro Maciel, desde su atalaya de autor-dios,
como creador sabe que “Deus é um bom Diabo”
y para decirlo debe recurrir a las dos voces tipográficas,
ya que Dios no es el Diablo, ¿o sí? ¿Acaso
no se trata de un libro jánico con dos rostros y un
solo cuerpo: padre e hijo, autor y lector, literatura y metaliteratura,
libro de fragmentos y de aforismos, novela y ensayo, poesía
y manifiesto? ¿Con que rostro nos quedamos? Con el que usted
quiera: hasta puede llevarse los dos por el mismo precio, parece
sugerirnos el autor. Un autor, Pedro Maciel, que ha bebido en la
tradición aforística desde Pascal a Ciorán
pasando por Nietzsche, que como buen paulista hace guiños
a los manifiestos de Oswald de Andrade, que bucea en las oscuridades
en las que atisbó Clarice Lispector. Con todo ello como bagaje
y con su propia biografía como instrumento desglosa los grandes
misterios del tiempo y el espacio, del lenguaje y el pensamiento,
de lo comunicable y lo incomuniclable, de lo verdadero y lo falso,
de la vida y la muerte – en la entrada 39 afirma contundente
con su voz negrita: ‘Eu’ morri em 2046. Más
tarde, constataremos que ese número no es el de un año,
sino el de la cita final del libro. ¿Quiere decir que el
autor muere cuando finaliza la obra o es que la obra – toda
producción artística – acaba con la muerte de
su autor? Ambos casos, siendo un libro jánico, son posibles
y simultáneos, ya que si somos capaces de atribuir algún
contenido a los dos términos enfrentados, a las numerosas
disyuntivas que contiene el texto, entenderemos el misterio de una
novela que no es ni deja de ser. Parece un galimatías, pero
“a contradicção move o mundo”,
recuerda una voz que suma voces – en negrita y cursiva.
El libro de Pedro Maciel, como vengo sugiriendo,
está incompleto en cuanto obra como un templo derruido: es
una máquina rota que, aún así, sigue latiendo
como un corazón. Quizás sea este el último
secreto que esconde: el sentimiento, una pasión que arrolla
espacios de silencio y desiertos, que alcanza las cumbres de una
sabiduría intuida y cae a los abismos, que se enmaraña
y confunde para emerger como un pájaro del marasmo de las
palabras y de sus significados como espesas sombras. Un corazón
que late en la noche y en la madrugada, en el día y en los
crepúsculos, porque al fin es esa misma vida – que
no sabemos lo que es – la que hace latir al músculo
del corazón, la que permite que las culturas y los libros
desaparezcan pero continúen allí, que las civilizaciones
se quiebren pero sus ruinas permanezcan y que esta novela, el romance
del que ya no es Dios, del desterrado del Paraíso, exista.
Una última salvedad. La entrada 2033 –
antepenúltima del libro como texto, pero no como número
– repite palabra por palabra la frase que inicia la obra:
“algumas civilizações foram extintas num piscar
de olhos”. En el prólogo, como ya se ha apuntado, unos
puntos suspensivos y un paréntesis sugerían un texto
anterior. Ahora lo confirmamos: es el libro que acabamos de leer.
¿Es el final? No, porque aún quedan dos entradas más
que inician un nuevo libro, o un nuevo giro de la rueda, o un nuevo
ciclo. ¿Se trata, entonces, de un libro infinito como los
que imaginaba Borges? Tampoco, porque el autor – como decía
– muere en la última frase. ¿No será
que esta última frase con su puñal de letras ha matado
al autor?
El libro Como deixei de ser Deus dice
mucho sin decir, calla también mucho diciendo, es él
mismo y su sombra, novela-río y suma filosófica, poesía
y narración. Es y no es. Poema jánico del fin
del mundo. Balbuceo del origen. ¿Acaso es todavía
posible articular un discurso coherente, escribir una novela decimonónica?
Yo creo que no. Y pienso que Pedro Maciel es de mi opinión.
*Antonio Maura é escritor e professor
espanhol. Já morou e deu aulas em Fortaleza.
É considerado o embaixador das letras brasileiras na Espanha.
Faz parte do Conselho
Editorial do Cronópios. E-mail: mauraba@yahoo.es
www.cronopios.com.br
22/01/2010
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